miércoles, 10 de mayo de 2017

"El cuaderno negro". Diario íntimo. Ramón Fernández Palmeral





EL CUADERNO  NEGRO


     A esta serie de mi cuerpo escrita, o partes de mi mismo o pedazos de mi vida,  le llamo el “Cuaderno negro” porque empecé a escribir este diario o más bien dietario donde en un cuaderno de patas negras –de la marca Moleskine, que me regalaron–. Aquí puedo pergeñar mis ideas, o los acontecimientos más destacados del mundo, en incluso los más nimios. Se inician las notas con la fórmula de fecha que es la que utilizó Josep Pla para su “Cuaderno gris” que tanto éxito tuvo cuando los publicó en 1966, pero ya era un famoso periodista catalán de Parafrugell, y fumador de pulmones de acero. Escrito entre el 8 de marzo de 1918 y el 15 de noviembre de 1919, no sin antes sufrir un profundo trabajo de reescritura y reelaboración por parte de su autor. La cuestión es que para que le intereses al público, lo primero es ser famoso, como sucede con los superventas de los libro de algún famoso de la televisión de “Sálvame”, o de otros programas, primero la fama y luego el público lector.
    Me gusta también leer a Azorín, el de Monóver, por su estilo, breve, simple y sencillo, del que se aprende a recopilar los detalles del paisaje.





SESENTA Y OCHO AÑOS

   7 de mayo de 2015.- Hoy he cumplido 68 años (sesenta y ocho “con letra” según las reglas gramaticales), pero tanto sea no una fórmula u otras, los años no varías, y soy feliz. Y lo soy porque he llegado, cuando otras personas no lo han hecho.
    Vivimos mi mujer y mis dos hijos en Alicante desde septiembre de 1990. Al principio vivimos unos años de alquiler en calle Llisbert, y ahora en Astrónomo Comas Sola, en un piso  en propiedad. A esta alturas de 1990, mis hijos se fueron a vivir su vida y a sus pisos y sus trabajos de profesores de la enseñanza.
   Ahora Julia mi bellas y joven mujer.   Me gusta su nombre de Julia porque me recuerda el nombre de la mujer de Julio César, emperador de Roma, mujer que no sé muy bien, quien fue, ni qué edad tenía cuando le puso los cuernos con Cleopatra, la faraona egipcia, no la Lola Flores. Y como estoy escribiendo a lápiz en mi cuaderno negro, no me voy a levantar a busca en Wikipedia, quién era, y si se divorciaron o no, Cuando tú ahora, amigo lector, los puedes hacer tranquilamente y aprender un poco de historia clásica.
   Como es mi cumpleaños me ha prometido Julia hacerme unas patatas fricas con huevo –que es mi debilidad–, y de entremeses unos gambones –que son igual que los langostinos pero un poco más grandes y rosados–. Y de postre me hará un bizcocho relleno con cabello de ángel y rebozado con chocolate especial y unas guindas enlatadas de la huerta murciana. Es mi premio por cumplir 68 años. Y es un postre que ella me hacer des tiempo inmemorial, porque es mi preferido. Además lo suelo bautizar con una copita de anís dulce la Castellana. Vendrán mis hijos con las parejas y me cantarán el cumpleaños feliz. Seguro que mis hijos satisfacen mi vicio y regalarán algún que otro libro.
   –¿Te cantamos el cumpleaños feliz?
   –Pues claro que sí, me hace mucha ilusión que me lo cantéis a coro, y luego apagaré la velas de un soplido inmenso, potente y alegre.
   Las ceremonias me gusta, porque qué sería la vida sin ceremonias y buenos modales.

     Esta ciudad de Alicante es especial, mi barrio de la plaza de la Viña es familiar, baja y si quieres te puedes sentar en un bando, bajo el murmullo de la fuente y ponerte a hablar con Joaquín, con Antonio, con Hipólito, con García. Todos son hombres más o menos de mi edad, y son grandes entendidos en todas las materias, y sobre todo el política, pues son atentos oyentes de la radio y de las noticias de la televisión.
   Desde la terraza de la casa, que yo he habilitado como despacho, por el ventanal veo la distraída plaza de la Viña, en esta fecha de la primavera lis tilos y los ficus –de hoja pequeña– están verdes y otros árboles me enseñan su copas con flores violetas. Es un mañana apacible, y no se mueve ni una hoja. Los peatones pasan, y algunos perros arrastran a sus dueños, que son los que mandan en casa.
   Hace un temperatura que ya calorea, – si me permite la expresión–. Por ello mi rodilla derecha, que es la que tengo protésica está tranquila y no me duele nada, como si nada hubiera pasado este invierno con la guerra que me ha dado por culpa de las altas y bajas presiones de los anticiclones y borrascas.
   Por la galería de la cocina, donde mi mujer tiende las ropas a secas, me asomo al ventanal y veo un paisaje de terraza y antenas de televisión,  la campana de la iglesia de la plaza de Magallanes –cuyo nombre no me acuerdo–, y a lo lejanos alumbrado por la clara luz de amanecer, el elefante tendido del cerro de Foncalent. En las terrazas más inmediatas, de la otra calle, hay ropa tendida desde hace meses, es siempre la misma. Es como si la dueña se hubiera muerto y a no ha vuelto a quitar de los alambres del tendedero. Supongo que hasta que los herederos no vendan el piso, no se darán cuenta que la ropa sigue tendida y se está haciendo añicos, por el sol, y los vientos, la lluvia y los relentes de la nocturnidades.
   
   El día se presenta bien, por la tarde tengo que ir a una exposición que se hace en la Asociación de Artistas Alicantinos, un espacio cultural, donde además de exposiciones y ver fantásticas obras de arte de pintores alicantinos, saludo a mis amigos: Rafael, Carlos, Fernando, Julio, Pedro, Antonio, Paco, Emilia, Ana, Carmen, Asunción… y no sé cuántos nombres más porque somos 280 socios. Son mis amigos de la pintura. Son mi familia de la pintura. Son unos discretos y educados amigos con lo que se puede chalar de todo y sobre todo. Un suerte el tenerlos

 Ramón Fernández Palmeral