sábado, 9 de julio de 2016

Lectura crítica del Capítulo I, del "Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha" de Miguel de Cervantes.



 
(Quijote y Sancho de Martigodi, propiedad de Ramón Palmeral.2016)



19.-   LECTURA CRÍTICA DEL CAPÍTULO I                  
                                                    
    «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...» 

   Es conveniente preguntarse por qué motivos situó Cervantes la historia en la Mancha. Mi opinión es que quería ridiculizar a nuestro caballero dándole un origen vulgar, no serio, pobre, corriente y desconocido en el mundo áspero y seco como un esparto. Al lector de libros de caballería de aquella época le debía  provocar tremenda  risa que el héroe fuera de allí, o como su hubiera dicho de las Hurdes. etc.  Puesto que los  héroes de libros de caballería procedían de lugares rimbombantes: Palmerín de Inglaterra, Amadís de Gaula (Gales), Roger de Grecia, Caballero de la Cruz..., de Constantinopla, de Trapisonda  (puerto Turco del mar Negro).  ¿Qué tal sería: El ingenioso hidalgo de las Hurdes? Ser de la Mancha, ya no nos suena extraño, porque damos por hecho que no hay otro don Quijote posible, de otro lugar diferente a la Mancha. 

      «...de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

     El lugar de la Mancha que no quiere nombrar el autor ha derramado mucha tinta, donde vivía nuestro hidalgo, no donde nació, sino donde vivía parece ser Argamasilla de Alba (fundada por don Diego de Toledo, de la casa del Duque de Alba), según don Diego Clemencín el más docto de los comentaristas cervantinos, porque al final de la primera parte aparecen los académicos de la Argamasilla, con tono burlesco, son: El Monicongo, el Paniaguado, el Caprichoso, el Burlador, Chachidiablo, el Tiquitoc, con epitafios y sonetos. Además la versión apócrifa de Alonso Fernández de Avellaneda (natural de Tordesillas (Valladolid), editada en Zaragoza en (1614), un año antes de la segunda parte, también lo situaba allí. Últimamente se ha dicho que era Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), lo que sí es cierto que el lugar pertenecía a los campos de Montiel. Territorios de la Orden de Santiago situados al sur del Tajo y que se contraponían a las manchas de Montearagón y de Vejezate, formado por 21 municipios.
  Don Quijote era hidalgo y no pechero, un hidalgo pobre, aunque no nos convence de ello el autor (Cide Hamete), como veremos más adelante. La Ley de las Partidas, según Juan de Huarte en el capítulo XVI de su Examen de ingenios para las ciencias, dice que hidalgo o hijosdalgo quiere decir hijo de bienes. Al decir «que vivía», no nos dice donde nació, o cual era su linaje. Unamuno, en Vida de Don Quijote y Sancho, apunta que «su linaje  empieza en él».  En el mismo texto comenta «El que no lo hiciera [nombrar su linaje] no nos ha de sorprender, pues al fin creía que cada cual es hijo de sus obras y que se va haciendo según vive y obra.
  Al decir de los de «lanza en astillero y adarga antigua», armas que habían sido de su bisabuelo, también era una armadura antigua, de un siglo anterior, que lo situaba en tiempos de los Reyes Católicos, donde se había convenido que en las casas hubiera armas, lanzas en astillero o perchas para sostenerlas situadas en los patios, para defensa rápida en caso de ser atacados por bandidos, sarracenos  y renegados. La adarga antigua eran escudos de cuero. Había que reírse de la armadura nada más verle venir con su morrión simple (era una especie de casco documentado en el siglo XV, propia de los arcabuceros), aunque después se pondría como yelmo  la bacía del barbero que todavía debía provocar más risa. 
    Con «rocín flaco y galgo corredor», nos hace una bisemia entre el caballo delgado con la forma esquelética de los galgos, conocidos antes por perros gálicos o de las Galias, de aquí proceden los galgos, también nos dice el narrador que era amigo de la caza, la caza de era un arte cinegético de nobles, el vulgo lo hacía con perro tras la liebres, los nobles a caballos, y, todavía se practica en tierras de La Mancha y Castilla-León.

    «Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelo y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, componías las tres partes de su hacienda…   «Salpicón las más noches»,  era una especie de carne picada y salada para las cenas. De duelos y quebrantos, hay dos versiones, una que era una tortilla con trozos de tocino salado, y otra que cuando una cabra u ovejas se desgraciaba accidentalmente, se salaba todo incluso vísceras y se iba comiendo hasta los huesos quebrados, un duelo por la red perdida y chupar el tuétano de los huesos. Los sábados también había abstinencia de carne porque desde la victoria  de las Navas de Tolosa en 1212, y en agradecimiento a Dios se celebraba el Triunfo de la Santa Cruz. Hasta la bula del Papa Benedicto XIV en el siglo XVIII.  Los viernes la vigilia que perdura en las fiestas de Pentecostés de la Semana Santa, aunque no se cumpla hoy día, salvo el viernes Santos que se comía el delicioso potaje de garbanzos con bacalao. Y «un palomino de añadidura los domingos», porque era el día de la fiesta cristiana, y carne como algo que celebrar después de oír la Misa mayor, porque se guardaba el ayuno hasta el mediodía.

   «El resto della concluía con sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de los mesmo [velludo], y los días de entresemana se honraba con su vellorí de los más finos».

Sayo de velarte: el velarte era un paño de abrigo azul o negro.
Calzas de velludo: especie de pantalón hasta las rodillas, velludo tela de terciopelo.
 Pantuflos de lo mismo o velludo. Calzado de abrigo propio de la gente anciana.
 Vellorí de los más fino: vellorí paño extrafino de color ceniciento.
  Escribe: «Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza».
        
      Nos habla del ama de llaves, de su sobrina que no sabemos por parte de quién, de si hermano o hermana, y de un mozo de campo y plaza, que no nos vuelve a nombrar en todo el Quijote. «Que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera...» o tijeras de podar, las vides y los árboles frutales. Lo que nos demuestra que debía poseer una casa amplia, para que viviera el ama, la sobrina, y el mozo de cuadras. Porque como dicen en Frigiliana: Los amigos son como las tijeras de podar cuando te hacen falta nos las encuentras.

    Frisaba la edad de cincuenta años. Lo cual quiere decir que se acercaba a los cincuenta, o sea, no tenía  los cincuenta, posiblemente 47,48 o 49 años lo más.  De la descripción de su apariencia: «complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro...», nos viene a decir,  Unamuno: De lo cual se desprende que era de temperamento colérico, en el que predominan calor y sequedad.   Esta descripción caracterológica encaja con la biotipología del tipo Ectomórfico cerebrotónico.

   «Quieren decir (dicen) que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada...se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración no se salga un punto de la verdad».

    Como sabemos el narrador  del Quijote no es Cervantes sino Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo que aparece en el capítulo IX. Que estando el autor en la plaza o zoco de Alcaná de Toledo.  Pero nos advierte que  el nombre de nuestro héroe importa poco a nuestro cuento; basta con que nuestra narración sobre el hidalgo no se salga un punto de la verdad. Lo que nos promete es que lo que nos va a contar, es cierto y no una invención, es decir un recurso para que nos guste más la narración y gane en credibilidad que no es lo mismo que verosimilitud. Os remito a mi libro Secretos para escribir novelas y relato, publicado en Amazon 2016
  
            Es de saber [equivale a has de saber], nos dice a los lectores, que los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libro de caballería con  tanta afición y gusto que olvidó casi de punto el ejercicio de la caza y aún la administración de su hacienda. Y llegó a tal desatino que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para compra libros de caballería.

 Hemos de hacer un alto, para observan que si tenía una ama, un mozo de campo y plaza, afición a la caza y vendió muchas fanegas, quiere ello decir que no era tan pobre como nos lo pinta el narrador, sino que tenía bienes, por eso era hidalgo.
  De todos los libros de caballería ninguno le «parecía tan bien» como los de Feliciano de Silva. [Escritor del siglo XVI, natural de Ciudad Rodrigo (Salamanca) escribió una continuación a la Celestina (1534), libros de caballería, continuación a un Amadis de Gaula, como Lisuarte de Grecia, Amadís de Grecia... entre 1514 y 1535. Pero era tan pueril en su estilo, que lo que hace aquí Cervantes es reírse él con ironías].  Autor de eso dice sin sentido: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón de la vuestra hermosura.  O de otra parida: ...los altos cielos que de vuestras divinidad divinamente...
  Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacaba ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello [aunque resucitara].

  Censura Cervantes los libros de caballería porque eran tan zafios que te podían volver loco por las chorradas que decía (por ello más adelante dirá: «y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio...). Y pone ejemplos como el del caballero Belianís. Este caballero novelesco es  Don Belianís de Grecia (1547-1579) de Jerónimo Fernández (El murciano Clemencín comentó que este  héroe recibió cientos de heridas graves).  Y el autor pide a quien encuentre el original griego de la novela que lo continúe, por eso, en la frase del Quijote: Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro...Lo que nos dice es que Don Quijote alaba al autor del libro, a Jerónimo Fernández, y está tentado de continuar el don Belianís de Grecia, libro que el autor dejó inconcluso.   
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    Tiene competencias, o disputas con el cura –graduado en Sigüenza (Guadalajara), con el barbero del pueblo, maese Nicolás, pero en aquel tiempo los barberos eran doctores y ejercías de dentistas y de médicos en los pueblos o cirujano barbero que solamente podía sacar las cuatro enfermedades.
  Luego buscar, encuentra y usa la vieja armadura de su bisabuelo, lo cual ya era objeto de mofa por vestir como finales del siglo XV y principios de XVI con semejantes armaduras tan antiguas. Fue luego a buscar a su rocín, que tenía mataduras y estaba esquelético, ya que el caballo de Alejandro Magno era Bucéfalo y el del Cid Campeador Babieca, con quien él se comparaba. Cuatro días tardo en darle nombre y le dio el de Rocinante (alto y sonoro).
  Seguidamente buscó un nombre para sí mismo, y tardó 8 días en pensarlo, don Quijote, el don solo lo podían usar personas de determinada categoría social. (Quijote es humorístico, ya que como podemos observar el sufijo –ote- que en castellano tienen un sentido ridículo: grandote, «ci-potes» como lo que dicen en Granada... Luego, añadió el nombre del lugar de su patria como otros caballeros, por ejemplo Amadís de Gaula de Gales.  Luego le faltaba una dama de la cual enamorarse y fuera testigo de sus hazañas, y donde  se presentaran los gigantes a los que había humillado y vencido.
  Sería la señora de sus pensamientos.  Y para dar nombre a su dama se acordó de «una moza labradora de muy buen parecer», de la que tiempo atrás anduvo enamorado. Llamábase Aldonza Lorenzo (Aldonza era por aquel entonces un nombre femenino  muy vulgar. La lozana andaluza se llamaba Aldonza). Sería la señora de sus pensamientos. Y buscando nombre que no desdijese del suyo: don Quijote de la Mancha, y pareciese una princesa y gran señora de la nobleza rural (como lo fuera Catalina de Salazar, su mujer), vino en llamarse Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso  un pueblo de la provincia de Toledo, lindando ya con la provincia de Albacete. Nombre musical, peregrino y significativo.

   Aquí acaba el Capítulo I, que es descriptivo y preparatorio a su primera salida que lo será ya en el capítulo II, cuando una mañana antes del día, del caluroso mes de julio salió don Quijote con su armadura por la puerta falsa del corral, al campo. Pero salió con grandísimo contento y alborozo, por ver cumplido sus deseos. Y esto es ahondar en los sentimientos humanos, cuando conseguimos algo por trabajo propio, lo contento que nos ponemos cuando vamos a sacar un libro del saco de las fantasías a la luz de la imprenta, aunque luego no valga nada.

Capítulo 19 de mi libro "IV Centenario de la I y II partes del Quijote", de Ramón Fernández Palmeral