viernes, 30 de noviembre de 2012

Colección de "CARTAS A ALICANTE"

9.-  ROMERIA A LA SANTA FAZ
        El misticismo de San Faz retumba en mi interior como una voz que me llamara al recogimiento y a la peregrinación más devota e ineludible, días después de cada Semana Santa.  En este día me veo forzado a bordar la calzada con mis pasos religioso de vía crucis, desde el Ayuntamiento hasta el Monasterio acompañando la comitiva oficial con mi caña y mi sayón negro, pasos silenciosos, mientras pensaba en ese rostro divino en el paño de la Verónica, y por un momento eludía los pensamientos mundanos y materiales, pido paz, ahora pico consuelo para el dolor de los enfermos y las víctimas de cualquier guerra, legal o ilegal. Sin embargo, ahora, las jugadas de los cóndrilos malgastados de mi rodilla derecha me impiden peregrinar, alcanzar las estaciones de las vía crucis, y el jubileo de la gracia,  respirar los olores del romero y el sudor de mis convecinos o de la tortilla de patatas. Caminaba solo entre la multitud, empujado por la fe que es solitaria e interior.
         Tras ocho kilómetros de alfombra asfaltada y cerrada al tráfico nos acercamos al Monasterio que fue construido en 1766 de estilo renacentista y fachada barroca, sobre la pila bautismal una placa de mármol da testimonio de que por allí rindieron visitas todos los reyes de España. En el solemne y eclesiástico interior trepan exvotos en ofrendas de mandas o favores recibidos. Detrás del ábside, una rica capilla, en la que se guarda con tres llaves la sagrada reliquia (un lienzo en el que la Verónica enjugó el rostro Cristo camino del Calvario). Cuenta la historia que la reliquia fue traída desde Roma en el siglo XV.
         Tres llaves guardan la custodia en la basílica de Santa Faz. Cuando abierta la puerta, el Obispo nos enseña a los feligreses la tan solemne y alabada reliquia, el romero florece en nuestros báculos de caña, y el señor Concejal de Cultura, responsable de la tercera llave, la abre, hemos conseguido el jubileo, y mis pecados anuales,  muchos que lo son, han sido perdonados, me siento libre  de culpa y lleno de una extraña energía que me servirá para celebrar un ágape entre amigos y familiares bajo los maltrechos y perseguidos algarrobos.  Por un día los coches han cedido su fuerza avasalladora y han sido domesticados por el poder extraño de un día de fe y romería reconfortante y reparadora, un día que nos hace olvidar el belicismo en que vivimos y el bombardeo de un estado permanente de campaña electoral.
         Pero si fuéramos verdaderos devotos, cualquier domingo nos debería valer para hacer una visita a la reliquia y pedir perdón por nuestros muchos errores morales y ético, y sentirnos verdaderamente aliviados de nuestro dolor de hierros y bridas entre las que vivimos.